viernes, 28 de abril de 2017

Crónica: Los Planetas volvieron a alinearse

Imagina: tienes una cena especial y quieres prepararla a conciencia. No pierdes detalle, desde cómo colocas los cubiertos hasta tu propio 'set list' de temas de conversación. La ropa, el perfume y hasta los botones de la camisa jugarán un papel importante esta noche. 

Ahora tienes que elegir un buen vino, que podrá convertirse en un perfecto hilo conductor, pasar desapercibido o arruinar la velada. Elige bien. 

Un concierto de Los Planetas es ese vino. No importa lo cuidado que esté, cómo haya madurado, en qué madera haya reposado los últimos años o qué tan bien le hayan colocado el corcho. Hasta que no lo abras, coja oxígeno y empape el paladar no sabrás si estará picado o si te llevará en brazos hasta la victoria. 

Y en el bolo de Madrid todo volvió a alinearse. La madurez de la banda, el soufflé de un disco nuevo en lo más alto y la entrega de un público que arrancó la noche perdonando todo lo pasado y la terminó de viaje por el sol. 

Todo ello sin pasar por alto el superlativo sonido de un Circo Price que está a años luz del resto de salas de la capital. Por suerte, el buen vino estaba servido en cristal de bohemia y no en cualquiera de los vasos de plástico agujereados que aún se atreven a arruinar conciertos en Madrid



La primera píldora de 'Soleá' sirvió como declaración de intenciones. La tela de araña empezaba a tejerse desde el escenario, pegajosa y confortable. La nave había cerrado las puertas y solo había asientos de primera clase. Y a falta de azafatas, buenos fueron los 107 faunos que nos elevaron hasta mirarnos cara a cara con la 'Señora de las Alturas' como primera cresta de una ola que ya no daría ni un paso atrás.

La nave estaba en marcha y atravesando ese particular espacio de una banda que ayer decidió soplar y no sorber. Y cuando los astros están alineados, la mejor manera de acariciarlos a todos es recorrerlos en zig-zag, y así discurrió la noche. Como quien visita el Louvre. Como quien pasea por Venecia

Estábamos a gusto y eso se notaba. Jota susurraba salpicando canciones de siempre con temas que no tardarán en ser 'flag ship', antes o después. 

Entrelazar himnos de ayer y de hoy te embarca en un viaje extraño. La ruta de 'Nunca me entero de nada', 'Porque me lo digas tú', 'Libertad para el solitario', 'Corrientes Circulares', 'Hierro y Níquel' y 'Rey Sombra' te sacude desde lo que eras en 2004 hasta lo que fuiste en 1994, pasando por esta misma mañana en un viaje que puede llegar a retorcerte. 

Estación tras estación miras por la venta y te vuelves a ver con diez años cuando descubrías la música, con 20 cuando querías comerte el mundo y con 35, cuando la nostalgia se va abriendo hueco y sepultando todo lo anterior. Y todo eso sin poder hacer trasbordo ni cambiar de tren. Pero sin sufrir. Es arte.

DOS RECTAS FINALES

Tras una hora de concierto empezaban a asomar los himnos. Cuando empiezas a echar cálculos de qué te falta para que sea perfecto y ves cómo empiezan a caer las guindas del pastel no puedes más que dejarte llevar. 'David y Claudia', 'José y yo' y 'Alegrías del Incendio' se sumaron de golpe para apuntalar lo que ya empezaba a ser épico. 

La primera recta final llegó con 'Una cruz a cuestas' y con Soleá Morente tapizando la voz de Jota por sorpresa. Y sin tiempo para respirar, La Bienquerida se subió a las tablas para regalarnos 'No sé cómo te atreves' primero y 'Espíritu Olímpico' después, que ya es irremediablemente una de sus mejores canciones pese a no haber echado ni siquiera los dientes. 

Y llegó Islamabad, como paradigma de lo que estaba siendo la noche. De menos a más. No por calidad, sino por sensaciones. Empezar suave y terminar cayendo parriba, esperando el golpe final. 

Comenzó la segunda recta final con un 'Segundo Premio' celebradísimo y con cinco primeros premios después: 'Reunión en la Cumbre' y 'Pesadilla en el Parque de Atracciones' preludiaban el orgasmo que cristalizó en el último bis: 'Un buen día', 'Amanecer', y, para terminar de volverme loco, 'De viaje'. No se me hubiera ocurrido nada mejor antes de aterrizar. 

Y así nos fuimos. Con la sensación de haber marcado un gol realmente increíble y con ganas de quedarnos con Erik hasta las seis. Esas baquetas siempre serán el sillón más cómodo del mundo para la banda. En ellas podrían echarse siesta de orinal y etapa de Tour, si fuera necesario. 

Se acabó la cena. El vino salió bueno. 



Texto y fotos: Humberto del Horno

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